Sobreviviente de derecho, fotógrafo en progreso, perfeccionista, algo —bastante— perezoso y deliberadamente introvertido. Disfruto perdiéndome en la lectura y en la música, además de escribir, pensar y –sobre todo– repensar. La comida rápida es mi combustible –lo que no me acompleja en absoluto– y los guiones intercalados mi muletilla –lo que ya habrá quedado en evidencia–.
Nacido en alguna clínica indeterminada en la ciudad de Antofagasta, me pasé buena parte de mi infancia encerrado, entre Santiago y Antofagasta, siendo víctima del modelo de educación por televisión, aunque también disfrutando con experimentos científicos para niños, libros y, de vez en cuando, alguna guerra de agua.
Fue como a los 4 años que tuve la oportunidad de interactuar por primera vez con un computador, gracias a un tío geek que en aquel entonces era jefe de carrera de Ingeniería Civil en Informática (lo que, dicho sea de paso, significaba también una generosa y constante destinación de recursos universitarios, humanos y técnicos, a satisfacer los caprichos de un impúber).
Recuerdo apenas de qué se trataba la tarea o programa en que estaba enfrascado en ese primer acercamiento, pero aquello marcó el inicio de una serie de interacciones casi infinitas con esa dimensión digital que se sucederían a lo largo de los años; interacciones que, sobra decir, son a día de hoy casi una necesidad.
Como a los 8 o 9 años años recibí para Navidad mi primer computador. Fue como un segundo nacimiento; fue mi puerta de entrada a un mundo con una potencialidad infinita.
En ese entonces no estaba conectado a Internet aún, pero me bastaba con usar programas para escribir cuentos, dibujar y, en general, dar rienda suelta a la creatividad ilimitada e irreprimible de un niño.
Unos 15 años después, y ya completamente interiorizado en el manejo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (a ese respecto me declaro autodidacta, aunque naturalmente influenciado por mi tío), me dediqué a combinar dos de mis mayores aficiones (“pasiones” es un término algo grande para alguien que vive cómodamente en la parsimonia y a veces raya en el nihilismo): la tecnología y escribir.
Fue así como terminé escribiendo columnas de opinión, análisis, reseñas de productos y programas y traducciones de noticias para FayerWayer y ChileHardware, intentando mezclar las dos cosas de las cuales más o menos sabía: tecnología y derecho. Más tarde me encargaría también de escribir columnas de opinión política para el blog de una ONG llamada “Ciudadano Inteligente”.
Respecto a mi carrera universitaria, actualmente me encuentro en estado de egresado. Dudo que me dedique a ejercer, pues considero que hay un montón de cosas más interesantes a las cuales dedicar la vida que demandar pensiones de alimento o un término de arrendamiento. De Derecho lo que más me quedó fueron las amistades, el cinismo y la incredulidad frente a la supuesta buena fe de los hombres, y unas incipientes entradas sobre mi frente que, siendo justos, también debería atribuir en parte a la genética.
No plancho la ropa. Me gustan los videojuegos, me fascina dormir y también despertarme un domingo a horas que cualquier individuo cuerdo consentiría en llamar “madrugada” para ver la Fórmula 1.
No uso Facebook, Schopenhauer es mi copiloto y encolerizo cuando veo faltas de ortografía o errores de gramática, aunque a veces igualmente cometo impropiedades lingüísticas. Errar es humano, y lamentablemente yo también soy uno.